Cada día me sorprende ver que SAMARIEL crece a un paso acelerado. Debo confesar que quisiera tenerlos pequeños, inocentes y cariñosos por un tiempo indefinido. Continuar viendo en sus ojos una mirada de admiración hacia mi. Deseo seguir siendo el centro de su atención. Lo reconozco: es mi miedo a perder a mis niños de vista y que se alejen de mi nido.
El sábado por la noche, en casa, nosotros decidimos ver una película. SAMARIEL se sentó en el sofa y él me pidió que Yo me sentara a su lado. Él suavemente colocó su cabeza sobre mi hombro. Estiró su mano hasta alcanzar la mía; y tiernamente solicitó unos masajes en su cabeza.
Aquel día, Yo estaba realmente cansada. No habían pasado ni 15 minutos, cuando decidí poner un final a tan delicioso momento. En ese preciso instante, un par de ojos castaños se centraron en mi. Busqué las palabras correctas para excusarme:
Yo - "Mamá está cansada, y mi mano me está doliendo"
SAMARIEL - "No te preocupes Mamá"
Yo - "Mañana continuo con los masajes. ¿Me entiendes?"
SAMARIEL - "Mamá, no te preocupes... Yo te entiendo"
SAMARIEL - " Así como tú tambien me vas a entender, verdad?"
Esas últimas palabras aún quedan resonando en mi mente. ¡Qué manera de responder! Me quedé meditando en sus palabras. ¿Será posible que me este pidiendo mayor comprensión y paciencia? La respuesta es obvia.
"¿Cuando fué la última vez que meditaste sobre alguna frase dicha por tu hijo?"
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